DÍAS EXTRAÑOS DE NUEVO
Días extraños de nuevo
“Tengo estrellas en los ojos,
cicatrices en la mente.
En ocasiones me ciegan.
OK, quizás todo el tiempo.”
(Piotr Fijalkowski, “Vendetta”)
En verano, cuando el cielo parece de cristal, me dedico a intentar alargar los atardeceres, que siempre parecen escapar volando hacia el pasado.
Mis últimos días se escurren como arena entre los dedos frente al lago de nenúfares que rodea al restaurante del Sarojin Resort, este pequeño hotel de Khao Lak, Phuket, Tailandia. Coktail parties improvisadas tras un paseo en elefante. Bungalows en semicírculo alrededor de la piscina.
¿Qué les pondrán a estos malditos cócteles? Me acechan recuerdos que ya deberían haberse marchado para siempre. Aquellas otras tardes en Wild Palms. Jacqueline. No puedo evitar recordarla. Mientras todo se desvanece arrastrado por el tiempo, su imagen perdura. Una imagen alterada, un recuerdo involuntariamente selectivo, una treta de mi subconsciente. Jacqueline, como una niña, frágil, liviana, incierta. Sus ojos, sin embargo, delataban una sabiduría prohibida, inexplicablemente antigua. Me has conocido en un momento extraño de mi vida. Y ella me observaba, escéptica…
Otros días, cuando llueve y el cielo se vuelve negro, me encanta escuchar los truenos retumbando mientras contemplo el estallido de los relámpagos.
Relámpagos que estallan como la revelación que recorrió mi cerebro una mañana. Yo llevaba ya tantos años preparándome… Ella tan joven, tan ajena a todo lo que no esperaba. Cuando comenzó a envejecer apenas advertí sus primeras arrugas, que me parecían bellas, destinadas a subrayarla como a un verbo importante en un discurso ambiguo.
Y aquí viene Mike ‘Bunny’ Seth, que seguramente tuvo otro nombre y otra vida al sur de Londres y que ahora es, o pretende ser, public relations, en este alejado rincón al otro lado del mundo. Se acerca a mi mesa, tras abrir de par en par las puertas del restaurante y dejarlas oscilando. Se ha quitado la chaqueta y lleva esa camisa azul lavanda estampada con lo que parecen lunares pero que, de hecho, tras un examen más atento, resultan ser viejas monedas romanas que muestran, si uno se acerca lo bastante, un surtido de viñetitas de parejas fornicando. Por algún milagro su mujer, o su amante, tailandesa se dejó esa prenda cuando decidió rediseñar el vestuario de Bunny con un cuchillo de cocina y un frasco de tinta china.

– Jack – me dice – el jet lag me está volviendo loco. No consigo reajustar mis biorritmos.
– No te preocupes, tendrás tiempo. No todo el tiempo del mundo, claro. Pero será suficiente.
Él ya ha hecho su parte del trabajo. California. Tánger. Varios encuentros discretos, varias entregas. Todo en el espacio de unas cuantas horas. Mucho café y sólo Dios sabe qué más. Y ahora aquí, acompañándome en este lejano retiro oriental. Sólo nos queda esperar…
Cada vez con menos fuerzas, sentados durante horas frente a una pantalla de televisión. Fumando cigarrillos de la risa y charlando durante horas acerca de todos los lugares que hemos conocido.
Jack Munro, antiguo marino, antiguo mercenario, antiguo agente, antiguo espía. Ahora enterrado en vida, fuera de circulación, escondido tras haber agotado su tiempo, se va difuminando como estos exóticos atardeceres. Pero ese precioso tiempo no ha sido malgastado.
Todas las piezas están colocadas. Bunny habrá preparado la caja antes de partir…. Serán muertes para evitar otras muertes… cientos para evitar miles, quizás miles para evitar millones… Todo está ya a punto.
Y yo no estaré aquí para ver el desenlace. Algo dentro de mi cabeza, cada vez con mayor frecuencia, inicia de improviso ese viaje extraño e inconexo que comienza dando vueltas densas, viscosas, aceitosas, como la filmación de un torbellino proyectada a cámara lenta, un fluido psicodélico girando en confusas espirales que van arrastrando hacia el abismo los últimos recuerdos (esos recuerdos falseados, Jacqueline de nuevo, antes de marchitarse). Y se acelera…

– Hermano, ¿puedes oírme? – Bunny aún no está preparado, intenta que regrese, recobrar a un Jack cada vez más lejano, que se va desvaneciendo conforme me sumerjo dentro de mi propia mente. – Cada segundo que pasa… cada segundo… debes aferrarte a la vida… tienes que sentirte vivo.
Su voz es como el barril de madera al que me ato para escapar del maelström. Siento que aún puedo vivir.
Y no es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria, porque no sabría de qué se acuerda. Y así, cuando ella dejó de ser la mitad de la ceremonia dejó de ser. Y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pienso. Entre la pena y la nada elijo la pena
Entre el dolor y el vacío elijo el dolor. Esa es mi convicción. Siempre lo ha sido. Es la que siempre me ha guiado y me ha mantenido en pie. La que le ha dado un sentido a mis acciones, ingenuas al principio. La que me iluminó más tarde, dando pie a mi proyecto. La que ahora me trae de vuelta.
Pero es muy fácil caer en la tentación y venderse. Cuando el Diablo llama a tu puerta siempre acabas dejándole entrar.
Y el Diablo sabe presentarse de muchas formas. Viste de blanco y de seda, se mueve entre lujo y halagos. Promesas y amenazas. Consigue que las primeras no suenen demasiado falsas, consigue que las segundas sean veladas, sabe evitar los escándalos. Controla la información. Maneja grandes recursos. Tiene los medios, tergiversa los fines. Medio mundo es suyo y tiene alquilado el otro medio.
Intentó tenerme en su equipo, no podía ser de otro modo. Digamos que supe cómo tratarle.
La última vez que nos vimos, el hombre al que llamaban Whitaker creía tenerlo todo bajo control.
– Si te portas bien, me verás una vez más. Pero si te portas mal me verás dos veces más. – me dijo al despedirme, enigmático, arrogante, repitiendo una frase ya pronunciada antes por un algún personaje grotesco de una absurda pesadilla.
No nos hemos visto de nuevo, ni una ni dos veces. Ni pienso dejar que ocurra. No sabe lo que le aguarda.
El fruto del trabajo de todos estos años que he pasado entre las sombras, preparando las piezas en secreto, diseñando, construyendo, planificando. Luego el montaje final, que también llevó su tiempo y que me hizo arriesgarme con extrañas alianzas. Pero está concluido. Un juego de efecto dominó que tras caer la primera pieza ya nada podrá detener.
Todo está en el portafolio de Skolimowski que en su momento entregué en aquella estación de Tánger. Cuando todo suceda, cuando yo ya no esté, todos sabrán la verdad.

Mientras tanto, lejos de nosotros, y también a nuestro alrededor, el mundo todavía es incapaz de vislumbrar su inminente (e incierto) futuro.
Intento animar a Bunny. Ahora es él quien zozobra, aún no está preparado para lo que comienza a intuir. Ha sido sólo un instrumento, una pieza de un complejo plan que ni de lejos comprendía.
Cada vez con menos fuerzas, soñamos durante horas con que ya no tendremos que regresar nunca. Los viejos defensores estamos ahora indefensos, cuando la locura lanza su ataque contra la razón.
De nuevo, de repente, dentro de mi cabeza el remolino, un ciclo que se repite una y otra vez,… vueltas y más vueltas… pero no puedo irme aún, no puedo dejarle así.
¿Qué puedes hacer cuando no ves un futuro?
Alimento para unos pocos, pero parece que hay muchos, demasiados, frente a ti, tu cara reflejándose en el sudor de sus frentes.
Odias lo que ves. Pero, ¿qué puedes hacer cuando no hay una salida? Realmente no hay salida.
Pero ¿y si sí hubiera una? Un mundo que se ha vuelto injusto y sin sentido podría comenzar de nuevo y ser lo que podría haber sido.
– Hermano, ¿puedes oírme? – le digo a un Bunny que inconscientemente intenta alejarse, perderse en el interior de su mente, desvanecerse. – Cada segundo que pasa… cada segundo… debes aferrarte a la vida… tienes que sentirte vivo.
Pero cuando te quedas dormido ¿a dónde vas?

Caer por la madriguera del conejo, lenta, interminablemente. Soñar con las pirámides ardiendo, el suelo agrietándose y los edificios viniéndose abajo, haciéndose pedazos.
Muñecas rusas, unas dentro de otras, hasta el infinito. Sueños dentro de sueños y el material del que están hechos desbordándose, anegándonos…
– Si te portas bien, Bunny, me verás una vez más esta noche. Pero si te portas mal me verás dos veces más. – le digo, sonriéndole por última vez.
Un último recuerdo borroso me asalta.
Me has conocido en un momento extraño de mi vida.
“Tu cabeza colapsará si no hay nada en ella.
Y te preguntarás a ti mismo:
¿Dónde está mi mente?,
¿Dónde está mi mente?”
(Charles Michael Kittridge Thompson «Where is my mind?»)
[Soundtrack: The Chameleons – Intrigue in Tangiers]
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Todas las vidas
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