Gigantes Blancos
I
El hielo nunca olvida.
Ni el paso del tiempo, ni los nombres grabados en el casco de un barco encallado, ni los susurros de los hombres que osaron desafiarlo. Entre las vastas soledades de la Antártida, el viento repite los nombres de dos capitanes que el hielo no dejó ir: Robert Falcon Scott y Ernest Shackleton. Uno, caído en su intento por alcanzar la gloria del Polo Sur. El otro, convertido en leyenda por haber salvado a los suyos, aunque jamás logró su propósito. Pero hay más en las tierras del sur que los libros han callado.
Y yo lo vi…
Fue en la noche más larga del mundo cuando el terror se alzó en forma de belleza helada. Éramos parte de la tripulación del Terra Nova, atrapados en los campos de hielo después de que Scott y su grupo partieran hacia el Polo. Los días se volvieron eternos, y las noches una pesadilla blanca.
Recuerdo cómo mirábamos al horizonte, temiendo la sombra del fracaso. El hielo crujía como si la Tierra misma protestara. Algunos comenzaron a hablar de presencias. Al principio fue un juego para mantener la cordura. Pero luego, empezaron los gritos.
Un marinero juró haber visto siluetas gigantescas moverse entre las paredes de hielo. Pensamos que deliraba. Pero la noche siguiente, otros también las vieron.
Eran altos como mástiles, de formas humanas pero envueltos en neblina y escarcha, y sus ojos —si acaso eran ojos— resplandecían como carbones blancos.
…..

[Página 1 – Diario de la Expedición Terra Nova, 1912]
Entrada atribuida al Oficial de Guardia, fecha ilegible
«El hielo se ha cerrado a nuestro alrededor. La tienda de campaña está sumida en un silencio que apenas permite respirar. Cada noche, el viento parece hablar.
Anoche, Evans deliró. Gritó que había visto figuras más allá del campamento. Altas, como hombres, pero envueltas en la ventisca. Dijo que los ojos de uno de ellos lo estaban mirando.
Wilson le aplicó morfina. Decimos que fue el hambre. El frío. Pero ya somos varios los que sentimos la mirada de algo más en este desierto blanco.
¿Qué hay al final del mundo?»
II
Sueños inconclusos
El 17 de enero de 1912, Scott y sus hombres alcanzaron el Polo Sur, solo para encontrar la bandera noruega ondeando: Amundsen les había vencido por cinco semanas. Humillados, iniciaron el regreso. El hielo se cerraba sobre ellos. Uno a uno, fueron cayendo. El último gesto de Scott fue escribir: «Por el bien de los que me quieren, no se deshonren por falta de esfuerzo.»
Meses después, encontraron sus cuerpos congelados, en la tienda, como dormidos. Los diarios contaban del frío insoportable, del hambre, de la resignación. Pero hubo una página arrancada, un detalle del cual nadie habló en los informes oficiales.
Shackleton, en su expedición del Endurance años después, también los vio. Cuando su barco quedó atrapado en el mar de Weddell, y emprendieron a pie la marcha imposible hacia la isla Elefante, el hielo les mostró sus secretos.
Él escribió una frase en su diario, breve pero contundente: «Al cruzar la montaña, notamos que no éramos tres, sino cuatro.» Y jamás explicó quién era el cuarto.
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[Página 2 – Diario personal de Shackleton, 1915 – Expedición Endurance]
Fragmento recuperado del cuaderno encontrado cerca de Punta Wild, Isla Elefante
*»Durante la marcha por el glaciar Beardmore, mientras ascendíamos con Frank y Tom, sentimos que éramos observados. Al principio, lo atribuimos al agotamiento.
Pero hubo un momento… uno tan claro como el sol reflejado en el hielo… en que notamos una presencia más. Alguien detrás de nosotros. No visible, pero tangible.
Fue entonces cuando escribí: ‘No éramos tres, sino cuatro.’
No me atreví a escribir más. No por temor a que me tomaran por loco, sino por respeto a lo que vi. A lo que nos escoltaba.
Gigantes silenciosos, testigos del fin de todo.»*
III
Carta desde la Antártida
31 de agosto de 1916 – Refugio improvisado en la Isla Elefante
Mi querida Eliza,
Si esta carta logra escapar del abrazo del hielo, si algún día vuelve a tocar tus manos, sabrás que mi pensamiento jamás se apartó de ti. Ni en la oscuridad absoluta, ni cuando el frío quiso arrancarme el alma, ni cuando vimos aquello que jamás será comprendido.
Anoche, al abrigo de una grieta en el hielo, vi con mis propios ojos a los Gigantes Blancos. No puedo llamarlos de otra forma. Se alzaban a lo lejos, entre la ventisca, como centinelas del fin del mundo. No caminaban: deslizaban sus cuerpos sin peso, dejando una estela de cristal y silencio. Uno de ellos se detuvo. Se volvió hacia nosotros. Y juro, mi amor, que no sentí miedo. Sentí… compasión.
Como si esas figuras eternas hubieran visto a tantos hombres perderse en estas tierras, que su tristeza era también la nuestra.
Algunos dicen que son alucinaciones, juegos del hielo y la luz. Pero yo sé que no. El Capitán Shackleton también los ha visto. No dice nada, pero lo lleva en la mirada, en ese temblor que a veces se le escapa cuando la noche cae y el viento canta.
Este continente no es solo nieve y roca. Es una puerta. A algo antiguo. A algo más allá de nosotros.
Si no regreso, si el hielo me reclama como lo hizo con tantos otros, quiero que sepas que morí con los ojos abiertos, y con tu imagen en el corazón. Y que fui testigo de lo imposible.
Con amor eterno,
—Jonathan W. Carter, marinero del Endurance
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[Página 3 – Nota del explorador noruego, 1921]
*»Encontramos una caja de metal oxidado enterrada en la nieve. En su interior, una carta. No consta registro oficial de ningún ‘Jonathan Carter’ entre la tripulación de Shackleton.
Pero la letra es real. La tinta apenas desvaída. Y desde aquella noche, cada vez que sopla el viento, me despierto con la sensación de que alguien —algo— camina sobre el hielo, a lo lejos.
No lo cuento en mis informes. Pero los Gigantes… los he soñado.
Junto a la carta, hallamos unos versos que parecían la letra de una canción escrita desde la nostalgia y la lejanía de este mundo, lleno de misterio y también de paz «*
IV
CANCIÓN
El frío nos envuelve y nos invita a soñar,
con mundos lejanos donde hay islas que flotan.
En mares helados, aprendemos a amar,
la fuerza de la vida nunca se agota.
Azules profundos, ocultos bajo el hielo,
Me quiebro en mil pedazos cuando ya no te siento
Cuando ya no te siento aquí
En un reino de hielo, eterno y real,
hay gigantes blancos en un mar glacial
Un azul profundo es ahora mi hogar,
un mundo distante pero lleno de paz.
Los icebergs vagan sin cesar
cumbres de cristal en mi sueño polar.
Lleno de paz, lleno de paz
Ahora mi hogar son montañas
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Esta canción se puede escuchar, aún hoy, aquí, como si fuera parte de esta historia:
voz de Lucía Gonzalo Ibáñez
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