Cuentos

Diario de a bordo

El marinero vuelve de surcar los mares infinitos. Ya no existen los diez cañones por banda ni el velero bergantín. Los poemas sobre los navíos de Rafael Alberti se quedaron impresos en los escritos del año 1924.

Ese marinero ahora coge el metro, cansado de estar todo el mes fuera de casa. No es como pintan en los libros. Ese romanticismo irracional, pasional e imaginario está impregnado en la sociedad. Él sin embargo lo único que deseaba era llegar a su casa antes de las 21:30, cuando el vecindario quitaba la calefacción central. Hoy escribe en su cuaderno de bitácora el viaje terrestre de su día de descanso, siendo consciente de las horas de navegación y de las que le quedan por delante.

 

Día 1: La llegada
Todo me recuerda al mar, las risas de la gente son como las gaviotas revoloteando en la cubierta del barco. Mi camisa sigue con ese olor a salitre que no desaparece hasta el quinto lavado. Sólo llego a sentir esa ducha caliente que añoro cada vez que me toca compartir baño con mi compañero de travesía. Tarde o temprano el agua conseguirá retirar esa pesadez que invade mi cuerpo cansado. Me repito mentalmente para ser consciente de dónde estoy: ‘Las 20:00 y el próximo metro llega en seis minutos. Tres paradas y transbordo en línea 3 dirección Cais do Sodré.

Después son sólo trece minutos andando por el atajo de la vía férrea. A las 20:45 estaré entrando en casa’.
Como cada lunes, el metro se demora más de lo debido. He vuelto a mirar el reloj y las agujas parece que han tenido su propia maratón. Una voz de mujer resuena en todo el andén asustando hasta a los más aislados: ‘Metro informa de que, debido a una avería, la línea 3 queda suspendida hasta próximo aviso. Trataremos de retomar el servicio lo antes posible. Disculpen las molestias’.

Como la marea, la vida terrestre siempre cambia de imprevisto. Era mi día a día. Miro el reloj calculando la hora, buscando mentalmente otras opciones de ruta.
No recuerdo las paradas de la línea azul. Debo de calcular el itinerario como haría en aguas internacionales. Aquel mapa lleno de líneas de colores me recordaba a las telarañas que teníamos en la cubierta del barco o a la red de pesca que usamos en momentos especiales. Un círculo perfecto con intersecciones. La línea circular, la azul, es la que debería de coger. Son las 20:25. Debo coger la línea 6, hasta Marques do Pombal. Andar veinticinco minutos por la Rúa do Vento mejor que la Rúa dos Cuartos. Sí, aunque tarde más, es la mejor opción para poder estar a las 21:05.

Me obsesiono cada vez más con el tiempo, con mi casa, con las horas, con ir contra viento y marea a ese fin último: la ducha caliente.

Subido ya en el vagón, observo cansado todo el pasillo, con la intención de encontrar un asiento donde poder reposar mi cuerpo. No tengo suerte y las puertas se han cerrado después de escuchar los tres pitidos y un último más largo mientras se procedía a cerrar dicha puerta automática. Arrancamos y pienso que el oleaje se mueve bajo mis pies y que la marea no es segura, debo agarrarme y no soltarme, no hay timón. Me miro frente al cristal y mi reflejo está difuso, como cuando está el mar bravío.

Empiezo a sonreír después de recordar todas las expresiones que tienen que ver con mi profesión que podrían definir mi situación en este vagón mugriento: ‘Ir como sardinas en lata’, ‘cagarse en la mar salada’, ‘aburrirse como una ostra’, ‘tocar fondo’, etc. Poco tardo en soltar una carcajada que hace que todas las personas allí presentes me observen detenidamente, algunas de forma muy discreta, otras, sin embargo, agachan la mirada de forma tímida. ¡Qué haríamos sin el humor!

Bajo tierra pierdo la orientación, no llego a saber si vamos hacia el norte o el sur. Siempre intento encontrar la ubicación de mis pensamientos, quién sabe cuándo saldrán volando entre tanto vaivén torrencial.
Ya consigo ver el cielo, aunque sea estrellado, las constelaciones siempre han sido de provecho entre los navegantes. Las estrellas más brillantes germinan como las migas de pan de Pulgarcito. Un camino proyectado desde arriba.
Las últimas horas del día han sido como aquellas travesías que tanto me agotan. Infinitas horas de revuelo marítimo causado por tormentas huracanadas. Y por fin, ya estoy llegando a casa, las 20:58. Después de toda la odisea, al fin podré descansar en soledad.

 

Día 2: El descanso
La vecina de arriba ha vuelto a taconear de manera desenfrenada a las 7:30, como de costumbre. Al perro del vecino de abajo le ha dado por despertar a todo el edificio a ladrido pelao’ a las 7:40. Mientras que el mío seguía descansando plácidamente. Ahora los niños de la calle llenan de carcajadas la plaza donde se llegan a entender las conversaciones sobre videojuegos raros que hablan de fantasmas y monstruos desfigurados. Y yo, mientras hago tiempo para ver a Joao. Hace mucho que no hablamos y seguro que tiene cosas interesantes que contarme. Mientras tanto, la receta que encontré en Internet lleva los ingredientes para cuatro personas. Hago cuentas mentales como cuando juego al chinchón con los compañeros de travesía. Si son cuatro huevos, en mi caso es uno, quinientos gramos de espaguetis entre
cuatro, ciento veinticinco gramos son los que necesito. Me va a quedar una pasta carbonara riquísima. Ya estoy cansado de tanto marisco, ¡qué odisea!

Me pongo los zapatos y salgo a la calle en busca del bar que tanto le gusta a Joao. Se me había olvidado que hoy vuelvo a coger el metro. Espero que no haya complicaciones y pueda llegar puntual a la cita. Parada Saldanha, línea 2, color rosa, en tres minutos llega el primer tren. Cómo se nota que es domingo, parece baja mar, el metro ha ido como un cohete y he llegado veinte minutos antes de lo previsto. Muchas veces parezco un contador de carreras mirando el reloj.

La charla con Joao ha ido bien, su vida ahora se resume en hijos y trabajo, trabajo e hijos. Yo le he contado mis aventuras marinas, ‘este día pescamos un montón de gambas’, ‘este otro día me tocó hacer un nudo ocho doble’. Joao alucina cuando le hablo de nudos, siempre está interesado en su uso y en cómo se hacen. Ya le expliqué muchas veces que los nudos son un objeto de estudio en las matemáticas.
En casa he cogido un libro y me he tumbado en el sofá. Mañana vuelvo a las “nadadas”, perdón, a las andadas.

 

 

Día 3: Los puntos cardinales
Otro día más, vuelta a la rutina. No sé ni por dónde empezar. Las nubes cubren el cielo y el sol no se ve en el horizonte. Es en estos días en los que no me encuentro a mí mismo. Cada día sale el sol un minuto más tarde por el este. Pero hoy, justo hoy, los colores oscuros aparecen por el sur. Qué raro. La oscuridad me despista, pero menos mal que el reloj me da las horas.

Debo llegar a la avenida principal a las 7:30 donde partiremos en coche hacia el puerto. El diseño de la ciudad es lo más parecido a una cruz, como si de una ciudad romana se tratase, dispuesta en torno a dos ejes: el cardo (norte-sur) y el decumano (este-oeste). El camino es fácil, su trazado sencillo hará más rápida la llegada.

Vuelvo a ver el mar, donde las nubes se difuminan con el agua. Parece que navegas en el cielo. Nos ponemos rumbo al Atlántico. He dejado a mi perro Sultán con la vecina de enfrente, hace unas semanas se rompió la cadera, vive sola y necesita compañía. ¡Qué mejor que con un viejo perro bucanero!
Me gusta el mar. Al igual que a nuestro planeta Tierra, el agua nos sostiene. Somos un 60% agua. Es ciencia y conocimiento. A pesar de las nubes que ocultan el sol, siento una calma interior, sabiendo que cada día es una nueva oportunidad para descubrir nuevos horizontes y desafiar las corrientes adversas. Dejo de mirar el reloj. Se me olvidan las horas

 

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